MARÍA CRISTINA MARTÍNEZ:
PREMIO NACIONAL
"MARÍA ISABEL PLORUTTI"
DE CUENTOS Y RELATOS PARA NIÑOS
PREMIO NACIONAL
"MARÍA ISABEL PLORUTTI"
DE CUENTOS Y RELATOS PARA NIÑOS
CAMILO, EL PERRITO VALIENTE
Ciudad Autónoma de
Buenos Aires
Camilo era un perrito
muy querido en todo el barrio, porque era amoroso y solidario.
Todas las mañanas,
acompañaba a la abuela Ofelia hasta la panadería, para ayudarla a cruzar la
calle, ya que no veía muy bien.
¡Guau, guau! – Ladraba
para prevenir a algún ciclista distraído que no advertía la presencia de la
viejecita.
Ella le agradecía
haciéndole una caricia en la cabeza y Camilo le retribuía con una enorme
sonrisa.
Por la tarde, pasaba
por la veterinaria del doctor Martín, a visitar a los animalitos que estaban
internados, para hacerles compañía. Se sentaba al lado de sus caniles y apoyaba
tiernamente su patita en la de ellos, para que no se sintieran solos.
Al volver, hacía una
parada en el cuartel de bomberos y miraba con admiración a esos hombres que a
diario arriesgaban sus vidas por los demás.
El jefe lo invitaba a
subir a la autobomba y le ofrecía una rodaja de morcilla, su comida favorita.
Camilo soñaba con poder ser un valiente bombero, algún día. Pero muy en su
interior, él sabía que los perros elegidos para formar parte del cuartel, eran
perros de raza grande, y él, era un simpático cocker, blanco, con orejas y
manchas color chocolate. De todos modos, él seguiría soñando con ser bombero,
porque sabía, que si uno sueña y se esfuerza por cumplir esos sueños, muchas
veces se realizan.
Por la noche se
sentaba en el marco de la ventana de su casa junto a Uriel, el gato pelirrojo,
y ambos recibían los mimos de todos los integrantes de la familia.
Aquel mediodía, el
barrio se alborotó con las sirenas del camión de bomberos, que se dirigía
velozmente hacia el edificio de la esquina.
Camilo rascó la puerta
para que sus dueños le abrieran y corrió rápidamente, para ver si podía ayudar.
Saltó alrededor del
bombero que sostenía la manguera, ofreciendo su ayuda, pero todos estaban muy
ocupados entrando y saliendo para rescatar a los vecinos que habían quedado
atrapados entre las llamas.
Ya está.Dijo el jefe
de bomberos. Sacamos al último. No queda nadie adentro.
Camilo corrió, y sus
orejitas flamearon como alas de mariposa. Más de cerca, escuchó el gemido de un
cachorro.
Sin pedir permiso, se
coló entre algunas maderas aún humeantes y corrió por la escalera hacia el
segundo piso. Empujó la puerta del departamento y vió a un cachorrito peludo
blanco y beige, escondido debajo de una cama. Lloraba asustado.
¡Guau, guau!- ladró,
Camilo, para avisarle que pronto estaría a salvo. Metió su hocico hasta donde
estaba y lo tomó por la nuca, como solía hacer su mamá con él, y lo rescató.
Cuando salió con el
perrito en la boca, todos los que estaban afuera del edificio lo aplaudieron,
por su valentía. El cachorrito le agradeció con muchas lamidas.
Los papás humanos de
Camilo lo felicitaron con abrazos, besos y golosinas para perro.
Al día siguiente, el
jefe del cuartel colgó una medalla de su collar, que decía:
“A Camilo, valiente
bombero voluntario”. Y él sonrió feliz, porque su mayor anhelo se había cumplido.
Desde entonces,
acostumbra a llevar su oreja derecha levantada, por si alguien está en peligro
y necesita la ayuda de un valiente bombero voluntario, de patas cortas y orejas
largas.
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