A LA VERA DEL ARROYO DE LA CHINA
En la Salamanca , un lugar
rodeado de una laguna cerrada y de rocosas cavernas nos escapábamos con los
amigos del barrio a tomar mate, a pescar y muchos a abrazar su primera novia.
La pesca era el
entretenimiento favorito, en dos horas nos hacíamos de muchas mojarras que
luego cocinábamos y comíamos con galletas. Mis amigas más enamoradizas llevaban
sus novios. Los arrumacos, los besos estallaban nuestra inocencia. En este
lugar natural, no había lugar para la tristeza. Todos éramos felices.
Esa felicidad duraba
mientras duraban las horas de sol. ¡Que no llegue la noche y no estemos en
casa!
A la noche sucedían
hechos extraños que asustaban a los jóvenes y aún a los más ancianos, de este
encantador lugar en horas de sol, un brazo del Arroyo de la China las estrellas eran las
únicas testigos.
Cuenta la leyenda que
de la laguna aparecía una novia con su vestido blanco rasgado uniéndose al
nocturno baile de los condenados, los perdidos, los poseídos e invitaba a los
novios nocturnos a introducirse en las aguas. Al otro día aparecían ahogados
entre las rocas donde solíamos pescar. Nunca supe si era mito o realidad. El
miedo a la noche a orillas de la laguna era lo único cierto.
Volvía el día, salía
el sol y nosotros, los amigos de siempre volvíamos, con unas varas de pescar
hechas con una caña tacuara, un hilo y un anzuelo que comprábamos de paso a Don
Juan Romero. Los novios cambiaban, mis amigas enamoradizas nunca aceptaban la
bendita prueba de amor que los muchachos insistían.
Conseguir las
lombrices era toda una odisea. En casa, el patio era de baldosas, ni una
lombriz se encontraba. Cuando mamá se iba a dormir la siesta, agarraba la pala
y me iba al campito al lado de las vías del ferrocarril. Allí las lombrices
eran gigantes y regordetas. Era la encargada de recolectar los benditos cebos
para las mojarras. Las ubicaba en un tarro que cuidaba como un tesoro, pues era
el único que había en la casa y nos duraban casi para un
mes.
Una vez terminada esta
tarea, junto a mi hermana preparábamos el mate y salíamos a juntarnos con la
amiga del frente, la de al lado de casa y así íbamos sumando los chicos del
barrio para la caminata hacia la
Salamanca ese lugar de magia y amistad de nuestra
adolescencia.
Beatriz Valerio
Campana, provincia de
Buenos Aires
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