SILVIA GRACIELA FRANCO
(Castelar)
EL BISABUELO
Sonó el timbre, era el cartero. “Buen día, le dejo el boletín municipal”. “Gracias”, contesté; luego agregó “vea esa fotografía, a usted que le gustan… ”. “¡Cómo me conoce!, y claro, después de tantos años”, pensé, pero no dije nada. “Gracias”, volví a repetir, y bajé la mirada hacia la revista que me entregaba. En el Teatro de
El bisabuelo siempre estaba presente, en los almuerzos familiares, en las festividades y en los velatorios. Mi abuela no hubiera permitido jamás que lo olvidáramos o desconociéramos su vida de leyenda; por eso, su retrato color sepia, enmarcado con detalle y perfección, colgaba de la pared del living en la casa de Liniers, y nos lo mostraba de cuerpo entero. Cabello entrecano, prolijo bigote tipo mostacho, mirada segura pero lejana, ojos muy claros, vistiendo el que quizá fuera su mejor o, tal vez, único traje dominguero; era, sin duda, un lujo para la época. No sabría decir con exactitud cuánto de lo que escuchábamos asombrados había sido real, pero lo cierto es que mi bisabuelo debió haber sido todo un personaje, digno de ser mencionado y evocado, para que su descendencia pudiera recordarlo, aún muchos años después de su desaparición física.
Y volvieron a mí el tejido y los puntos del crochet que me enseñaba mi abuela, el perfume de la salsa de tomate cocinándose, la vieja casa, los cuadros, las golosinas, la imagen de mi abuela narrando, y su voz… “Luis y María se conocían del pueblo. Ella era de una familia rica, y él sólo un campesino, pero se amaban…”
A mis ocho años esta historia no podía ser menos que fascinante. Mi imaginación la ubicaba próxima a
Pero, finalmente pudo. Por un tiempo, compartió con otros coterráneos una habitación en algún conventillo, hasta que pudo comprar su propio terreno en el barrio de Liniers, donde construyó su casa. Timoteo Gordillo 1041. Allí cultivaba y, con ansiedad, esperaba. Seguía en la distancia a los arrieros llevando el ganado rumbo al matadero y, también, tuvo el privilegio de ser testigo del paso del primer tranvía por el barrio.
Mientras tanto, María lo extrañaba; las comunicaciones eran lentas, recibía pocas noticias suyas y el peligro acechaba. En el pueblo había revueltas, incendios, problemas. Compartía sus días con su madre, ya que, para esa época, el padre había fallecido. Callaba, y la tristeza, de a poco, perforaba su alma. “Por fin, después de algunos años, Luis pudo enviarles algún dinero y los pasajes”, repetía mi abuela.
Del resto, sabemos que fueron parte de esos hombres y mujeres que dejaron su tierra para nunca más volver, y se me pone la carne de gallina. Porque pienso lo terrible que debe haber sido, el desarraigo y la desesperanza. Pero lo lograron; ayudaron a construir con sus propias manos un país y, seguramente, hicieron lo mejor que pudieron. Y, agradezco la perseverancia y paciencia de mi abuela que supo mantener vivo su recuerdo. Así fue que pude reconocerlo, y saber que un día del año 1908 él estaba allí, disfrutando de una función de gala en el Teatro de
Felicitaciones Silvia por el relato tan logrado. Unidas por nuestros abuelos o nuestros padres, italianos unos, españoles los otros, ¡Qué más da! Ellos son nuestros precursores en esta vida y en este país. Historias parecidas, sencillas, pero ¡Tan Hermosas!!!! Nuevamente mis felicitaciones.
ResponderEliminarElsa Lorences de Llaneza