Querida Familia:
A raiz del bello mensaje de
nuestro generoso amigo Gonzalo Huise, se me ocurrió relatarles algunas
aventuras de mi infancia.
Jamás jugué con una muñeca, y las tenía a montones. Luego mi sobrina las disfrutó. Yo adoraba a mi osito Teddy con el cual dormí hasta los quince años, dejando al peluche sin pelos, de tanto abrazarlo.
Jamás jugué con una muñeca, y las tenía a montones. Luego mi sobrina las disfrutó. Yo adoraba a mi osito Teddy con el cual dormí hasta los quince años, dejando al peluche sin pelos, de tanto abrazarlo.
Para mí, vivir en el campo era
mágico, tenía tanta atracción que nunca conocí el aburrimiento. Al atardecer,
después de finalizar mis deberes, tenía entre 5 a 6 años iba a las afueras
con una pequeña lupa y unas pincitas que el Niño Jesús me había regalado para
Navidad.
Me encantaba pasear entre los
árboles mis amigos preferidos sus troncos viejos, cortados, me atraían sobre
manera porque en sus cortezas vivían las hormigas. ¡ Qué mundo maravilloso ! ¡
Qué organización difícil de imitar !: Laboriosas, infatigables, podían
arrastrar hojas tres veces mayores que sus cuerpitos, o huevitos blancos
alargados, recién puestos, que por supuesto caían. Es cuando yo intervenía con
mi lupa y las pincitas levantaba lo caído y volvía a colocárselos. En verdad,
las hormigas me enseñaron el orden, el esfuerzo, la perseverancia, y el amor a
la familia unida de la cual yo carecía, hija de padres separados.
Les cuento otra experiencia: El
Topo es una lauchita ciega, sin cola, de hermoso pelaje gris que vive bajo
tierra. Son chúcaros cuando tienen hambre sacan el hocico a la superficie a la
espera de poder cazar algún insecto, y luego vuelven a taparse con la tierra
fabricando pequeños montículos. Cuando tomé contacto con ellos comencé a
investigarlos porque me intrigaban. Pacientemente esperaba la salida de sus
hocicos y como son ciegos les acercaba nueces picadas, pedacitos de manzana, y
trocitos de panceta, porque todo les gustaba. Con el tiempo se familiarizaron
conmigo a través del olfato, y hasta me esperaban. Saben agradecer hacen
mimitos con el hocico con sus bigotes de seda, las falta la palabra... Aún hoy
siento su ternura en horas de silencio. Me enseñaron el agradecimiento a Dios
por tener una buena vista amén a saber agradecer.
No quiero finalizar este relato
sin hablar de mi pasión por los pájaros.
En aquel entonces me pasaba horas
en desmenuzar el pan, y picar nueces, porque abundaban los Nogales. Me conocían
y yo imitaba sus silbidos, y ellos ¡me contestaban !
Fueron ayer como hoy , mi gran
felicidad.
Además como Caperucita Roja me
iba al bosque con mi canastita para buscar entre los musgos pequeñas frutillas
silvestres que a posteriori compartía con mis Jilgueros, Zorzales, Mirlos,
Torcazas, Cuervos, etcétera, sin olvidarme de mis bien amados Gorriones que me
las quitaban de las manos.
En verdad mi infancia daría para
una película.
Considero que una de las fórmulas
más beneficiosa para un niño, es el contacto con la Madre Naturaleza ,
aprendiendo a amarla con sus valores y misterios.
Para los padres de una ciudad, no
hay escusas. Existen los fines de semana para ir a pasear al Tigre, a quintas
de amigos, o simplemente al Bosque de Palermo, de este modo otorgarán a sus
hijos un espíritu alegre, sano, soñador, y cariñoso, y a posteriori entregarán
a la Sociedad :
Un hombre de bien.
Lo poco que soy , lo debo a mi
vida campestre. En otra oportunidad les contaré mis experiencias con otros
insólitos habitantes de nuestra querida Pachamama. Besos Eugenia.
Hay Eugenia: ¡Qué lindo tu relato!! Yo soy rata de ciudad como dice mi esposo pero me emociona y me encanta el campo, no se si para vivir en él pero sí para pasar ratitos. Mi padre me hablaba mucho de las hormigas y de las abejas. No sabía lo de los topos. Cuando fui a Salta le di de mamar a un cabrito recién nacido. ¡Qué sensación de ternura!!!! Cuando uno ama a Dios tiene que amar la naturaleza, porque es obra de Él y cuando la ama, siempre encontrará la oportunidad de apreciarla aunque viva en la jungla de cemento. A los pájaros yo les doy de comer por entre las rejas de mi balcón sobre la baranda. Vienen todos los días, siempre a la misma hora y cuando no hay comida ¡¡PÍAN¡¡Es increíble!!! Besitos y seguí contando. Elsa Lorences de Llaneza
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