11/11/15

PREMIO "MARÍA ISABEL PLORUTTI" 2015 CUENTOS Y RELATOS PARA NIÑOS.

EL BARRILETE QUE NO QUERÍA VOLAR EN LA CIUDAD


La mañana estaba tibia como una caricia de brisa en primavera.
El sol en lo alto señoreaba el cielo y se hacía dueño de todas las cosas.
Ese día Juan se había propuesto hacer volar un barrilete. La noche anterior lo había construido con la ayuda de su papá. Como no eran muy buenos en esto de confeccionar barriletes se animaron a buscar ayuda y la pidieron en todos lados. Le preguntaron al abuelo Matías, al carnicero de la esquina que tenía fama de haber volado cientos y cientos de barriletes durante toda su vida; fueron a buscar libros a la biblioteca y hasta bucearon en internet. El resultado estaba a la vista: habían pegado papeles de colores en un fuerte esqueleto de caña tacuara. Con medidas exactas formaron un hermoso rombo mitad anaranjado y mitad amarillo con una estrella roja en el centro, de donde salía uno de los hilos tirantes. Le habían hecho unas hileras de silbadores con flecos de papel cometa y le habían improvisado una larga, larga, laaaaaarga cola con trapos que había aportado mamá. Todos trabajaron para que ese barrilete se viera en el cielo como un verdadero cometa.
Siempre habían tenido la precaución de hacerlo volar en el campito que estaba al borde de las vías del tren. Era un espacio amplio, que permitía una carrera corta para izar barriletes, pero por alguna razón nunca habían logrado remontarlo. Tuvieron varias desafortunadas experiencias y siempre los barriletes terminaban  azotados contra el piso o enganchados de la rama de algún árbol que
oportunamente se les cruzaba en el camino. Pero esta vez tenían el presentimiento que todo saldría bien.
Recorrieron el camino desde la casa hacia el campito con mucho cuidado de no enganchar la cola del barrilete en ningún arbusto y protegiéndolo de la brisa que quería arrebatárselos de las manos.
Buscaron el mejor sitio contra el viento. Un olor verde les hinchaba el pecho. Cinco o siete metros separaban a Juan con el ovillo de hilo, del barrilete que diligentemente sostenía su padre con el brazo en alto.
-¡Ahora! ¡Soltalo ahora! –dijo Juan con un grito, y comenzó a correr con la cabeza vuelta hacia el barrilete. A veces giraba para mirar adónde pisaba y el viento le despeinaba el flequillo.
Después de un corto tramo, dejó de correr. ¡No lo podía creer!  Lo habían logrado. Con la boca abierta miraba el barrilete que se mantenía en equilibrio sobre sus cabezas. Se dibujaba nítido en el cielo celeste. Volaba garabateando una sonrisa con su vuelo acompasado; se movía suave con la brisa.
Arriba, el viento, que siempre sopla más intenso,  tiraba con fuerza del hilo y le reclamaba a Juan que lo soltara más para que el barrilete subiera.
Todo iba muy bien, hasta que, por un descuido de Juan, el barrilete dio una voltereta y el hilo fue a engancharse en uno de los cables de luz. Pero el barrilete había alcanzado la fuerza suficiente como para no dejarse caer, sino por el contrario, el viento tiró y tiró hasta que por fin arrancó el cable de luz que fue a unirse al hilo del ovillo que Juan tenía en sus manos, y también se lo arrebató. Pero el barrilete quería seguir su vuelo hacia lo más alto del cielo. Y siguió tirando. Y los cables siguieron enganchándose… Y arrancándose… y a los cables de luz le siguieron los cables de teléfono y del cable video de la cuadra y de la manzana… y del barrio…
Como ya nadie podía mirar televisión, o escuchar música o prender la computadora, salieron a la calle. Algunos a tomar mate a la vereda, otros a conversar con los vecinos; los más chicos volvieron a jugar, a hacer rondas y a dibujar rayuelas en el piso, y había quienes simplemente salían para ver qué ocurría, o para preguntarle al vecino si tampoco tenía luz.
Y se encontraron con el espectáculo.
Un nenito gritó “¡Un papalote!” y enseguida los que habían podido escucharlo se dieron vuelta con cara de pocos amigos porque creían que estaba insultando a alguien y sólo dejaron de mirarlo así cuando el papá del nene les explicó que en México a los barriletes les dicen papalote y que en realidad significa “mariposa”. Todos suspiraron aliviados -Ahhhh! Y se dieron vuelta para mirar al cielo: todos los cables unidos uno detrás del otro habían formado el hilo del barrilete más largo del mundo, y el que lo hacía volar más alto. Los colores brillaban aún más con la luz del sol tan cerca. Apenas podía vérselo, parecía un puntito de color que se perdía en el cielo.
Y así fue que por un día, todos abandonaron sus tareas habituales, retomaron otras que habían olvidado, aprendieron cosas nuevas, enseñaron cosas nuevas y por un rato largo  se quedaron mirando el barrilete en el cielo hasta que de tan chiquito… desapareció.
Y en aquel lugar nada volvió a ser como antes. En las tardecitas calurosas de verano o en las siestas tibias de invierno, todos, pero todos, alzan la vista al cielo, sonríen y  abandonan sus tareas habituales… y retoman otras que habían olvidado… y juegan a la rayuela… o salen para saludarse, para conocerse mejor, para compartir un tiempo juntos, sin cables de por medio.

Silvina Gabriela Sánchez

Laguna Paiva
Pcia. de Santa Fe

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