11/11/15

PREMIO NACIONAL " MARÍA ISABEL PLORUTTI" 2015 CUENTOS Y RELATOS PARA NIÑOS.

LOS MARTES MARAVILLOSOS
DE EUGENIA.


A Eugenia le encantaban los martes, porque era el día en que su abuelita la iba a buscar a la escuela y la llevaba a su casa para tomar juntas la merienda.
Mientras le preparaba la leche, solía contarle fantásticos cuentos de hadas y princesas, que inventaba para ella.
-“¿A ver? ¿Qué querés escuchar hoy?”- le preguntó a Eugenia – ¿Algo sobre hadas, sobre princesas, sobre brujas, sobre animales que hablan o sobre magos?”-
-“Contame algo sobre hadas y princesas, abu, y que también haya una bruja, para que tenga emoción!-“ le respondió la niña, mientras abrazaba a su abuelita por la cintura.
-“mmmm…. Veamos qué se me ocurre”- dijo la viejecita mientras colocaba el tazón de café con leche sobre la mesa, delante de su nieta.
-“Había una vez una princesa que vivía en un castillo de paredes muy altas, rodeado por un hermoso jardín”- Comenzó a narrar la abuela.
Crunch, cranch, Eugenia mordió una tostada.
-“Crunch, cranch, sonaban los pasos de la princesa sobre las hojas caídas sobre el sendero, en esa tarde otoñal…”- contó la abuelita.
La joven princesa saltaba sin imaginar que no muy lejos de allí, una bruja mala tenía planes perversos para ella…”
Eugenia la escuchaba extasiada. Sin darse cuenta, se había comido siete tostadas con dulce de leche y tenía la mirada fija sobre el tazón de café con leche.
Sin entender cómo, el líquido comenzó a burbujear primero y luego a girar, hasta que el tazón se extendió y Eugenia cayó, a través de él, en un enorme caldero de bronce.
Empapada de un líquido verdoso, muerta de miedo, se bajó del caldero y comenzó a mirar a su alrededor.
Sobre un extremo del cuarto húmedo y oscuro, despellejando un sapo, se encontraba una fea bruja. Sobre el espejo se veía su horrible imagen:  Tenía el pelo revuelto y sucio y su nariz larga y ganchuda terminaba en una enorme verruga negra, llena de pelos.
Eugenia temblaba, mientras la escuchaba pronunciar sus conjuros, sin hacer ruido, para que no la descubriera.
-“Ojos de murciélago, patas de perdiz, que la princesa nunca vuelva a ser feliz. Tripas de sapo, alas de vampiro, que la princesa no pueda encontrar un  marido.”-
¡Pobre princesa! Ella soñaba con enamorarse, casarse y ser feliz… ¡Qué futuro tan solitario  y triste le esperaba a causa del maleficio de la bruja!
Eugenia tenía que ayudarla. De alguna manera tenía que encontrarla y buscar la forma de revertir el hechizo.
Mientras tanto, la princesa había sido invitada a una fiesta en el palacio vecino. Estaba muy entusiasmada, porque era una fiesta que se celebraba cada cinco años y a la que asistían todos los príncipes y las princesas solteras del reino, para encontrar a sus futuras esposas y maridos.
Se puso su mejor vestido y el rey, su padre, la llevó en su carruaje hasta el castillo donde se celebraba la fiesta. En el gran salón sonaba una música muy divertida y se podían escuchar las conversaciones y las risas de todos los jóvenes invitados. Habían ido diecisiete princesas y todos los príncipes solteros del reino, que sumaban dieciséis.
En el momento del baile, todas las princesas consiguieron pareja, menos ella.
Volvió llorando a su casa, ya que por otros cinco años, no conseguiría novio.
Entretanto, Eugenia había logrado escapar de la casa de la bruja por una hendija de una ventana desvencijada.
Comenzó a caminar por un sendero que la llevó a un pueblito pequeño, donde todos sus habitantes eran amables y sus casitas, blancas. Allí le preguntó a un joven dónde se encontraba el castillo de la princesa.
-“Es difícil de explicar, - le dijo – pero si tú me lo permites, yo te acompañaré.”-
Caminaron un largo rato, por un sendero sinuoso primero y luego atravesando un bosquecito de alerces, hasta que llegaron a la puerta del castillo.
-“Aquí te dejo.”- le explicó el muchacho, mientras volvía a desandar el camino hacia el pueblo.
Eugenia miró los enormes pinos que flanqueaban la puerta y sollozó:-“¿Cómo podré hacer para ayudarla, si soy solo una niña?”-
Uno de los pinos estornudó y sobre la cabeza de la niñita cayó una lluvia de pequeñas estrellitas de colores.
De repente comenzó a elevarse del suelo, sin poder evitarlo. Giró la cabeza y advirtió que le habían salido unas hermosas alas de hada.
Daba vueltas en el aire y a cada movimiento se desprendía un polvillo mágico que se extendía por el sendero del jardín del castillo y se detenía en el banco donde la princesa se había sentado a llorar su desventura, y, hacia el lado contrario, iba por el camino hacia el pueblo y llegaba hasta el almacén donde trabajaba el muchacho.
En un abrir y cerrar de ojos, el polvillo de estrellas dibujó en el aire un corazón y lo flechó. La princesa salió corriendo del castillo y el joven abandonó el almacén y ambos se encontraron en la mitad del camino como atraídos por una fuerza magnética. El hechizo se había roto y al verse por primera vez, se habían enamorado.
Eugenia comenzó a girar, feliz, a girar y a girar, hasta que de un manotazo, volcó la taza de café con leche.
El gato saltó sobre la mesa y se apresuró a lamer la leche. Eugenia y su abuelita se rieron. Entre risas y cuentos se había hecho la hora de volver a casa.


María Cristina Martínez

Ciudad de Buenos Aires

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