EL DRAGÓN ABURRIDO
Había una vez un dragón que vivía en el fondo del mar,
se pasaba horas y horas sin hacer nada de nada… ¡estaba tan aburrido!
Las personas que vivimos en este planeta sabemos que
no hay peor cosa que un dragón aburrido.
Todos los días a la misma hora cumplía con la misma
rutina: asomar su cabeza por encima de las olas, dar un largo y cansado
resoplido y volver a sumergirse hasta mañana…
¡Qué vida aburrida la del pobre dragón! Así pasaba su
tiempo sin mucho más que hacer como no fuera volver a emerger, resoplar y hasta
el otro día…
¡El aburrimiento era insoportable, como todo
aburrimiento…!
Pero un día ocurrió algo muy diferente a lo habitual.
Luego de tomar el envión desde el lecho del océano para hacer su cotidiana
aparición, al asomar su cabeza y mirar hacia la orilla distinguió una pequeña
silueta. Era un nene que lo saludaba con su manito en alto invitándolo a
acercarse…
El dragón refregó sus ojos. No podía creer que un niño
tan pequeño lo estuviera llamando… y mientras iba acercándose pensaba: -¡Por
fin pasará algo en esta vida mía tan aburrida sin alegrías y sin aventuras!
Lo que pasa es que los dragones tienen mala fama. Hay
gente que cree que son bichos de mal carácter que andan por ahí lanzando
llamaradas de fuego por sus narizotas quemando todo cuanto encuentran a su
alrededor: campos, árboles, aldeas… ¡Qué equivocados están quienes piensas así!
Los dragones son personajes muy queridos por los
chicos y por muchos grandes también…
Si no fuera por los dragones… ¿cómo haría un príncipe
valiente y enamorado para rescatar a la bella princesa que un gigante medio
bobo y feo tiene secuestrada en el lugar más alto de una torre de su viejo y
oscuro castillo…?
Pero volvamos a la historia en la playa…
Las gaviotas sobrevolaban acompañando al dragón
deslizándose sobre la superficie del mar e iban llegando a la arena anunciando
su presencia… ¡Sólo ellas y el niño podían verlo!
Emergió imponente, enorme, alto como un gigante. En un
delirio de vanidad extendió sus magníficas alas amarillas relucientes al brillo
del sol haciendo alarde de ser una criatura magnífica, la más bella de la Creación …
Y así se quedó un rato, parado sobre la arena, mirando
fijamente al pequeño. Primero dio una vuelta alrededor de él, luego lo husmeó.
Lo rozó apenitas con una de sus garras con cuidado de no lastimarlo. El
chiquito se quedó quieto y mirándolo, desafiándolo, sin siquiera bajar su
mirada…
La escena era fantástica. Un gigante y un porotito
estaban empezando a conocerse así de esta manera tan maravillosa y graciosa
además…
El niño pretendió acariciarle su larguísima cola y el
dragón pegó un respingo hacia atrás sorprendiéndose gratamente.
El chico no le tenía miedo… El dragón a esta altura de
la historia comenzaba a preguntarse -¿quién era este hermoso y pequeño
valiente, dueño de unos cachetes carnosos y apetecibles, de cabello revuelto y
ojos brillantes y cristalinos?
Nuestro pequeño héroe era un auténtico rey que estaba
dispuesto a amansar al dragón sin imaginar siquiera que este ya se había dejado
domesticar hacía un buen rato…
El día era brillante con un cielo azul impecable y un
sol radiante y espléndido. Ahí nomás lo invitó a montar sobre su lomo,
pidiéndole que se agarrara bien fuerte de su cuello. Y así, levantaron vuelo y
emprendieron un viaje tan hermoso como inolvidable…
Qué genial se veía todo desde ahí arriba…
¡Las sierras cordobesas, la selva amazónica, los
bosques canadienses, cruzaron el Atlántico en menos que canta un gallo,
Venecia, sus góndolas, los techos de Praga, las estepas rusas, el Everest,
hasta alcanzaron a ver canguros en Australia…
Recorrieron campos enormes, verdes y de otros colores,
valles, montañas y primaveras de esperanzas… ¡La Creación se mostraba
bella y sublime ante el vuelo de ambos…!
Cansados y hambrientos como estaban se bajaron en una
esquina donde había un quiosco y compraron gaseosas y unos alfajores de
chocolate y dulce de leche riquísimos… Esto era realmente la felicidad. Una
fantasía, una aventura extraordinaria, un sueño del que ninguno de los dos
quería despertar hasta que regresaron a la playa.
El dragón le dijo
–Desde hoy te llamarás Rey Dulce de Leche, ¿qué te
parece?
Le encantó su nombre.
–Y yo te voy a llamar Pichincha, ¿te gusta?
Claro que le gustaba, le gustaba un montón
–Seguiré emergiendo todos los días, pero ahora ya no
seré un dragón aburrido. Desde hoy seré Pichincha, el dragón más divertido del
mundo y estaré siempre que me necesites pequeño gran Rey…
El niño quedó feliz jugando otra vez con su baldecito
y su palita en la arena, en tanto el dragón nadó mar adentro… Allá a lo lejos
hubo un revuelo de agua y de espuma y las gaviotas volvieron a posarse sobre la
superficie…
Pichincha tocó el fondo del mar y se acostó a
descansar. Supo desde ese momento que nunca más estaría aburrido…
El niño oyó la voz de su mamá y se despertó
refunfuñando.
–Dale remolón, que se hace tarde para el cole. Vamos
rey, a tomar la leche…
Se bajó rápido de su cama y sorprendió a su mami
trepándose por la espalda de ella.
–Dale mami llevame volando al quiosco de la esquina a
comprar una gaseosa y un alfajor de chocolate y dulce de leche.
Carlos Daniel Britos
Capital Federal
No hay comentarios:
Publicar un comentario