PLANETA ROJO, PLANETA AZUL
Hace eso de cincuenta millones de años, Marte era un
buen lugar para vivir. El planeta tenía una atmósfera liviana y púrpura, el clima
era templado, lagos naturales y canales artificiales decoraban la superficie
del planeta rojo. Aunque los marcianos llevaban una vida agradable y tranquila
en su hogar, a veces se sentían un poco solos en un universo tan grande. Como
habían desarrollado una tecnología bastante sofisticada y podían moverse con
cierta facilidad de un planeta a otro del sistema solar, cada tanto exploraban
planetas, lunas y asteroides con la esperanza de encontrar otros seres
inteligentes con los cuales poder hablar. En pocas palabras, los marcianos
buscaban un amigo cósmico.
El lugar donde tenían más esperanzas de encontrar otra
sociedad inteligente era en una de las lunas de Júpiter. La luna se llama
Pirupipatita en honor a una de las cincuenta princesas marcianas. Desafortunadamente,
un cometa se estrelló contra Pirupipatita y la luna joviana estalló en miles de
fragmentos cósmicos que ahora orbitan entre Júpiter y Marte. Lo peor de todo
fue que ese accidente planetario afectó el clima en Marte. En poco tiempo, la
fina atmósfera purpurea se evaporó, los lagos y los canales se secaron y la
superficie de Marte se convirtió en un desierto seco. Los marcianos tuvieron
que mudarse al centro del planeta, donde todavía viven, en magníficas colmenas
subterráneas de metal y cristal.
Perdida Pirupipatita, las esperanzas marcianas se
volvieron hacia la Tierra ,
un planeta azul que por entonces dominaban los gigantescos reptiles. Los
marcianos sabían que los dinosaurios nunca serían tan inteligentes como ellos,
pero observaban el comportamiento de unos pequeños mamíferos con esperanza de
que evolucionaran hacia formas de vida más inteligentes. El Consejo Marciano
decidió que una nave exploratoria visitaría el planeta Tierra una vez cada
millón de años para ver cómo les estaba yendo a los mamíferos.
En sus primeras visitas, los marcianos notaron
progresos importantes y tenían grandes esperanzas en el desarrollo de
inteligencia extramarciana en la Tierra. Pero no pudieron creer lo que encontraron
en su última visita, hace sólo un par de semanas. Los animales más tontos del
planeta Tierra —los monos— habían tomado el control del mundo, y sus mamíferos
preferidos —los delfines— no
habían podido hacer nada para evitarlo.
Los marcianos estaban tan decepcionados que querían
volver pronto al hogar, pero no sin antes despedirse de los delfines. La nave
marciana sobrevoló invisible las enormes ciudades de concreto y alquitrán. Al
llegar al océano, hizo un vuelo lento y rasante sobre la superficie del mar.
Para su sorpresa, cientos —¡miles!— de delfines surgieron de las profundidades del mar y
empezaron a seguir la nave, nadando veloces como torpedos. Era un espectáculo
magnífico. Y todo el tiempo, los delfines decían iii-ii-iii, iii-ii-iii, que significa “Hola, ¿cómo estás? Me alegro de verte”, en el idioma
delfinés.
Al igual que los marcianos, los delfines también
estaban contentos de encontrar amigos cósmicos tan inteligentes y buenos como
ellos, pero como habían estado tan felices en el mar nunca se habían molestado
en construir naves, o en construir nada en verdad. Los delfines seguían con su
fiesta acuática de juegos, saltos y piruetas sobre el agua cuando la nave
marciana dibujó un gran círculo en el cielo del planeta azul antes de partir
rumbo al centro del planeta rojo con una gran noticia: el inicio de una gran amistad.
Gabriel Ybarra
Villa Ballester- Buenos Aires
No hay comentarios:
Publicar un comentario