EL CAMELLO JOROBADO
En la granja de don Aurelio nació un camello. Gran
susto tuvo el veterinario que lo recibió al ver ese animalito tan extraño.
¡Tenía tres jorobas! ¡No lo podía creer! Las contaba, las volvía a contar, y
eran tres nomás. Su madre, en vez de asustarse, lo llenó de besos y lo bautizó
con el nombre de Felipe.
Era lógico que tuviera jorobas como cualquier camello,
pero de ahí a que fueran tres no era nada frecuente y por lo tanto se lo veía
algo ridículo. En sus comienzos tuvo grandes dificultades para caminar pues el
peso de sus jorobas lo triplicaba, se ladeaba de un lado al otro y tenía que
hacer equilibrio para no caer. Después fue aprendiendo, con paciencia y con la
ayuda de mamá, a sobrellevar su voluminoso cuerpo. Pero el pobre Felipe se
sentía mal, era bastante incómodo andar por la vida con semejante carga,
mientras sus amigos se divertían a costa de sus jorobas. Le hacían bromas de
mal gusto. Felipe se enojaba y a veces se ponía a llorar. En el aula siempre lo
sentaban al último porque les tapaba la visual a los compañeros.
- ¡Felipe, correte! ¡Sacá el cerro que tenés encima!
Ja, ja, ja…
- ¡Dale Felipe!
Mové las montañas. Me tapás el pizarrón.
Un día volvió a su casa muy triste, lloraba y se
lamentaba. Su mamá, que sufría en silencio, lo consoló.
- Hijo, no tengas vergüenza, después de todo llevas
ventaja sobre los demás ya que tus jorobas pueden almacenar mucha más agua y
alimento que cualquier otro animal. Además, con el tiempo, todos se habrán
acostumbrado y te verán con simpatía y cariño.
- Pero… el peso del agua y la comida es un problema,
mamá. Me veo torpe, no me puedo mover. No sé si cuando yo sea grande las cosas
cambiarán. Lo que sí sé es que siempre seré diferente.
Tal cual le dijo a su madre Felipe no podía dominar la
enorme carga de sus jorobas. En el colegio tenía que participar en los torneos
de atletismo y se veía en grandes dificultades para poder realizar las pruebas
exigidas. Un día tuvo que competir en una carrera con otros físicamente más
favorecidos que él, y Felipe no pudo controlar el equilibrio, sus jorobas se
sacudían de un lado al otro mientas él intentaba llegar a la meta. No logró
sostenerlas por mucho tiempo. Tropezó torpemente y cayó. Ese día sufrió la más
grande humillación pues todos reían y reían.
Otro problema se le presentó cuando tuvo que nadar en
la pileta junto a sus compañeros, pero el peso de sus jorobas terminó
hundiéndolo. Casi se ahogó si no fuera por el profesor que estuvo atento, y
entre varios lo salvaron.
Así transitó Felipe su niñez, luego su adolescencia, y
cuando llegó a ser un joven con intenciones de agradar a alguna camellita, la
cosa se le complicó bastante. Hacía tiempo que le gustaba la camella Floribunda,
pero ella no tenía más ojos que para Valentino, el camello más atractivo de la
manada. Felipe sufría y sufría sin poder revertir la situación. Intentaba
atraerla con diversas habilidades que había desarrollado para disimular su
defecto más notable: la triple joroba. Había aprendido a cantar, a tocar la
flauta, la armónica, la guitarra y el acordeón y también escribía hermosos
poemas que luego se los mandaba de regalo a la muy consentida Floribunda. Por
las noches, preparaba su guitarra y salía por el vecindario a ofrecer serenatas
con la única finalidad de llegar a la ventana de Floribunda y ofrecerle bellas
canciones de amor. Pero Floribunda no lo atendía por temor a convertirse en la
burla de todos sus amigos al día siguiente. Mientras tanto, Valentino se
paseaba muy agrandado sabiéndose bello y querido por las jóvenes camellitas que
lo adulaban. Y como Floribunda también era muy bella, salían a mostrar sus
hermosuras por todo el barrio para despertar la envidia de los menos
favorecidos.
Para el día del estudiante el profesor de gimnasia
había organizado un campamento en las afueras de la ciudad. Todos se prepararon
para pasar un fin de semana en el campo. Llevaron carpas, mochilas,
cantimploras, linternas y todos los elementos necesarios. Por la noche hicieron
un enorme fogón y comieron asado con gaseosa. Después, el profesor preguntó
quién quería cantar alguna canción o contar cuentos para pasar una buena
sobremesa antes de ir a dormir. Nadie sabía contar cuentos y tampoco cantar.
Entonces Felipe sacó la armónica y se puso a tocar unas canciones tan lindas
que todos aplaudieron entusiasmados. Luego tomó la guitarra del profesor y
empezó a tocar y a cantar con una voz dulce y bien entonada. Valentino, que se
sentía mal por no ser el centro de la atención, sacó un mazo de naipes e invitó
a jugar al truco a sus compañeros para distraerlos del show de Felipe. Era
evidente que estaba envidioso. Pero ninguno quiso abandonar la rueda de música
y canto que se había formado. Entre canción y canción Felipe contaba unos
cuentos muy graciosos que hacían llorar de risa. Se sentía tan bien, tan feliz,
como nunca antes lo había sido. Estaba ganando un lugar de respeto y aprecio.
La camella Floribunda estuvo atenta todo el tiempo y cantó algunas canciones
con él. Felipe sintió que ella empezaba a mirarlo con otros ojos. Esa noche no
pudo dormir de la emoción y permaneció despierto observando el cielo lleno de
estrellas que parecían brillar sólo para él.
Mientras tanto, el grupo de bandoleros comandados por
Valentino, no dejaban en paz a Felipe, lo burlaban siempre con el mismo
argumento pues no tenían otro: sus grandes jorobas. A la noche siguiente
idearon un plan para hacerlo quedar mal ante todos. Sabiendo que padecía de
fobia a los sapos, metieron uno enorme dentro de su bolsa de dormir. Cuando
Felipe fue a acostarse tocó con sus pies esa cosa helada y húmeda. De inmediato
se oyeron sus gritos desaforados, y así logró despertar a todo el campamento.
Preso de un ataque de pánico salió corriendo hacia el campo. Tuvieron que ir a
buscarlo con linternas entre los arbustos. Lo hallaron acurrucado detrás de un
árbol tiritando de miedo. Cuando el profesor los retó por esa mala broma
ninguno se hizo cargo, dijeron que el sapo se había metido solo dentro de su
bolsa. No conformes con esa fechoría, a la mañana siguiente, le pusieron una
araña pollito – que habían capturado entre las piedras- dentro de su mochila,
junto con la fruta que debían llevar para una caminata.
-Felipe, ¿me das un durazno? –dijo Valentino- A mí se
me acabaron.
Felipe metió la mano en su mochila para darle la fruta
y, en vez de fruta, agarró una cosa peluda y blanda que lo aterrorizó.
Así se sucedieron varias travesuras siempre
ridiculizando al camello.
El último día tenían que hacer un recorrido por los
alrededores del campamento para recoger diferentes especies vegetales y luego
estudiarlas. Mientras los alumnos cumplían con esa tarea el profesor se quedó
preparando la comida hasta su regreso. El nutrido grupo se fue alejando del
lugar cada vez más sin darse cuenta, mientras juntaban diferentes hierbas,
semillas y frutos para llevar de regreso.
Había pasado mucho tiempo y, de pronto, no supieron
dónde se encontraban. Se estaba haciendo de noche. Querían regresar y no
hallaban el camino. Asustados, continuaban avanzando por distintos senderos sin
encontrar el que los llevara al campamento. Parecían perderse cada vez más ante
cada intento. Pasaron las horas y todos se sentían exhaustos, sedientos, con
hambre y miedo. El agua de sus cantimploras se había acabado. Estaban llegando
al fin de sus fuerzas. Algunos se desmayaron. Uno por uno fueron quedando a la
orilla del camino, agotados, otros desvanecidos. Entonces Felipe les dijo:
-Acérquense, yo les puedo dar agua.
Valentino lo miró, desconfiado.
-Agua… ¿Es un chiste? Nos estamos muriendo de sed y
vos te burlas de nosotros sólo porque tenés esas feas jorobas que te dan más
resistencia.
Felipe buscó por las cercanías hasta hallar unas cañas
ahuecadas que intentaba usar como sorbetes para beber, y se las introdujo, con
gran dificultad, en cada joroba. Tuvo que hacer mucha fuerza, y aguantar el
dolor, hasta perforar su gruesa piel. Al instante empezó a verter agua por los
extremos de las cánulas. Tan grande fue la sorpresa de sus compañeros que
quedaron con la boca abierta sin poder creer lo que veían. Desesperadamente, empezaron a prenderse de
los sorbetes para beber, se apretujaban, se empujaban. Todos querían tomar el
agua al mismo tiempo. Luego de beber sin pausa, se habían calmado sus barrigas
y sus gargantas. Felipe había salvado sus vidas. En ese momento, todos se
sintieron avergonzados y arrepentidos de su conducta ante la solidaridad de
Felipe quien, a pesar de las burlas, las bromas, los desprecios, no dudó en
socorrerlos. Cada uno de ellos se disculpó por sus maldades.
De pronto, vieron una luz que se movía en dirección a
ellos. Una figura conocida se dibujó en la semioscuridad. Era el profesor que
venía a rescatarlos.
A partir de ese momento Felipe pasó a ser el líder del
grupo, el galán más perseguido por las camellas y por sobre todo pudo, al fin,
ganar el amor de Floribunda quien había decretado:
-¡Felipe es nuestro héroe!
GLADYS ABILAR
Vicente López- Buenos Aires
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