11/11/15

PREMIO NACIONAL "MARÍA ISABEL PLORUTTI" 2015 CUENTOS Y RELATOS PARA NIÑOS.

EL CAMELLO JOROBADO


En la granja de don Aurelio nació un camello. Gran susto tuvo el veterinario que lo recibió al ver ese animalito tan extraño. ¡Tenía tres jorobas! ¡No lo podía creer! Las contaba, las volvía a contar, y eran tres nomás. Su madre, en vez de asustarse, lo llenó de besos y lo bautizó con el nombre de Felipe.
Era lógico que tuviera jorobas como cualquier camello, pero de ahí a que fueran tres no era nada frecuente y por lo tanto se lo veía algo ridículo. En sus comienzos tuvo grandes dificultades para caminar pues el peso de sus jorobas lo triplicaba, se ladeaba de un lado al otro y tenía que hacer equilibrio para no caer. Después fue aprendiendo, con paciencia y con la ayuda de mamá, a sobrellevar su voluminoso cuerpo. Pero el pobre Felipe se sentía mal, era bastante incómodo andar por la vida con semejante carga, mientras sus amigos se divertían a costa de sus jorobas. Le hacían bromas de mal gusto. Felipe se enojaba y a veces se ponía a llorar. En el aula siempre lo sentaban al último porque les tapaba la visual a los compañeros.
- ¡Felipe, correte! ¡Sacá el cerro que tenés encima! Ja, ja, ja…
- ¡Dale Felipe!  Mové las montañas. Me tapás el pizarrón.
Un día volvió a su casa muy triste, lloraba y se lamentaba. Su mamá, que sufría en silencio, lo consoló.
- Hijo, no tengas vergüenza, después de todo llevas ventaja sobre los demás ya que tus jorobas pueden almacenar mucha más agua y alimento que cualquier otro animal. Además, con el tiempo, todos se habrán acostumbrado y te verán con simpatía y cariño.
- Pero… el peso del agua y la comida es un problema, mamá. Me veo torpe, no me puedo mover. No sé si cuando yo sea grande las cosas cambiarán. Lo que sí sé es que siempre seré diferente.
Tal cual le dijo a su madre Felipe no podía dominar la enorme carga de sus jorobas. En el colegio tenía que participar en los torneos de atletismo y se veía en grandes dificultades para poder realizar las pruebas exigidas. Un día tuvo que competir en una carrera con otros físicamente más favorecidos que él, y Felipe no pudo controlar el equilibrio, sus jorobas se sacudían de un lado al otro mientas él intentaba llegar a la meta. No logró sostenerlas por mucho tiempo. Tropezó torpemente y cayó. Ese día sufrió la más grande humillación pues todos reían y reían.
Otro problema se le presentó cuando tuvo que nadar en la pileta junto a sus compañeros, pero el peso de sus jorobas terminó hundiéndolo. Casi se ahogó si no fuera por el profesor que estuvo atento, y entre varios lo salvaron.
Así transitó Felipe su niñez, luego su adolescencia, y cuando llegó a ser un joven con intenciones de agradar a alguna camellita, la cosa se le complicó bastante. Hacía tiempo que le gustaba la camella Floribunda, pero ella no tenía más ojos que para Valentino, el camello más atractivo de la manada. Felipe sufría y sufría sin poder revertir la situación. Intentaba atraerla con diversas habilidades que había desarrollado para disimular su defecto más notable: la triple joroba. Había aprendido a cantar, a tocar la flauta, la armónica, la guitarra y el acordeón y también escribía hermosos poemas que luego se los mandaba de regalo a la muy consentida Floribunda. Por las noches, preparaba su guitarra y salía por el vecindario a ofrecer serenatas con la única finalidad de llegar a la ventana de Floribunda y ofrecerle bellas canciones de amor. Pero Floribunda no lo atendía por temor a convertirse en la burla de todos sus amigos al día siguiente. Mientras tanto, Valentino se paseaba muy agrandado sabiéndose bello y querido por las jóvenes camellitas que lo adulaban. Y como Floribunda también era muy bella, salían a mostrar sus hermosuras por todo el barrio para despertar la envidia de los menos favorecidos.
Para el día del estudiante el profesor de gimnasia había organizado un campamento en las afueras de la ciudad. Todos se prepararon para pasar un fin de semana en el campo. Llevaron carpas, mochilas, cantimploras, linternas y todos los elementos necesarios. Por la noche hicieron un enorme fogón y comieron asado con gaseosa. Después, el profesor preguntó quién quería cantar alguna canción o contar cuentos para pasar una buena sobremesa antes de ir a dormir. Nadie sabía contar cuentos y tampoco cantar. Entonces Felipe sacó la armónica y se puso a tocar unas canciones tan lindas que todos aplaudieron entusiasmados. Luego tomó la guitarra del profesor y empezó a tocar y a cantar con una voz dulce y bien entonada. Valentino, que se sentía mal por no ser el centro de la atención, sacó un mazo de naipes e invitó a jugar al truco a sus compañeros para distraerlos del show de Felipe. Era evidente que estaba envidioso. Pero ninguno quiso abandonar la rueda de música y canto que se había formado. Entre canción y canción Felipe contaba unos cuentos muy graciosos que hacían llorar de risa. Se sentía tan bien, tan feliz, como nunca antes lo había sido. Estaba ganando un lugar de respeto y aprecio. La camella Floribunda estuvo atenta todo el tiempo y cantó algunas canciones con él. Felipe sintió que ella empezaba a mirarlo con otros ojos. Esa noche no pudo dormir de la emoción y permaneció despierto observando el cielo lleno de estrellas que parecían brillar sólo para él.
Mientras tanto, el grupo de bandoleros comandados por Valentino, no dejaban en paz a Felipe, lo burlaban siempre con el mismo argumento pues no tenían otro: sus grandes jorobas. A la noche siguiente idearon un plan para hacerlo quedar mal ante todos. Sabiendo que padecía de fobia a los sapos, metieron uno enorme dentro de su bolsa de dormir. Cuando Felipe fue a acostarse tocó con sus pies esa cosa helada y húmeda. De inmediato se oyeron sus gritos desaforados, y así logró despertar a todo el campamento. Preso de un ataque de pánico salió corriendo hacia el campo. Tuvieron que ir a buscarlo con linternas entre los arbustos. Lo hallaron acurrucado detrás de un árbol tiritando de miedo. Cuando el profesor los retó por esa mala broma ninguno se hizo cargo, dijeron que el sapo se había metido solo dentro de su bolsa. No conformes con esa fechoría, a la mañana siguiente, le pusieron una araña pollito – que habían capturado entre las piedras- dentro de su mochila, junto con la fruta que debían llevar para una caminata.
-Felipe, ¿me das un durazno? –dijo Valentino- A mí se me acabaron.
Felipe metió la mano en su mochila para darle la fruta y, en vez de fruta, agarró una cosa peluda y blanda que lo aterrorizó. 
Así se sucedieron varias travesuras siempre ridiculizando al camello.
El último día tenían que hacer un recorrido por los alrededores del campamento para recoger diferentes especies vegetales y luego estudiarlas. Mientras los alumnos cumplían con esa tarea el profesor se quedó preparando la comida hasta su regreso. El nutrido grupo se fue alejando del lugar cada vez más sin darse cuenta, mientras juntaban diferentes hierbas, semillas y frutos para llevar de regreso.
Había pasado mucho tiempo y, de pronto, no supieron dónde se encontraban. Se estaba haciendo de noche. Querían regresar y no hallaban el camino. Asustados, continuaban avanzando por distintos senderos sin encontrar el que los llevara al campamento. Parecían perderse cada vez más ante cada intento. Pasaron las horas y todos se sentían exhaustos, sedientos, con hambre y miedo. El agua de sus cantimploras se había acabado. Estaban llegando al fin de sus fuerzas. Algunos se desmayaron. Uno por uno fueron quedando a la orilla del camino, agotados, otros desvanecidos. Entonces Felipe les dijo:
-Acérquense, yo les puedo dar agua.    
Valentino lo miró, desconfiado.
-Agua… ¿Es un chiste? Nos estamos muriendo de sed y vos te burlas de nosotros sólo porque tenés esas feas jorobas que te dan más resistencia.
Felipe buscó por las cercanías hasta hallar unas cañas ahuecadas que intentaba usar como sorbetes para beber, y se las introdujo, con gran dificultad, en cada joroba. Tuvo que hacer mucha fuerza, y aguantar el dolor, hasta perforar su gruesa piel. Al instante empezó a verter agua por los extremos de las cánulas. Tan grande fue la sorpresa de sus compañeros que quedaron con la boca abierta sin poder creer lo que veían.  Desesperadamente, empezaron a prenderse de los sorbetes para beber, se apretujaban, se empujaban. Todos querían tomar el agua al mismo tiempo. Luego de beber sin pausa, se habían calmado sus barrigas y sus gargantas. Felipe había salvado sus vidas. En ese momento, todos se sintieron avergonzados y arrepentidos de su conducta ante la solidaridad de Felipe quien, a pesar de las burlas, las bromas, los desprecios, no dudó en socorrerlos. Cada uno de ellos se disculpó por sus maldades.
De pronto, vieron una luz que se movía en dirección a ellos. Una figura conocida se dibujó en la semioscuridad. Era el profesor que venía a rescatarlos.
A partir de ese momento Felipe pasó a ser el líder del grupo, el galán más perseguido por las camellas y por sobre todo pudo, al fin, ganar el amor de Floribunda quien había decretado:
-¡Felipe es nuestro héroe!

GLADYS ABILAR

Vicente López- Buenos Aires

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