UN GRAN SUSTO
Nico le dio cuerda a su viejo triciclo de lata, se
puso el casco rojo, se subió ágilmente y muy contento gritó:
-¡Adiós, vamos a pasear un rato!-Y salió acelerando y
tocando la desgastada bocina de su triciclo.
Y anduvo y anduvo cantando y saludando a los vecinos,
a las flores y a los pájaros que le respondían con mucho afecto. Como su
reloj había detenido su marcha, hacía
mucho tiempo, pero él lo llevaba orgulloso en su muñeca, no supo cuánto había
andado, pero de pronto las nubes blancas se vistieron de negro y el sol se fue
a dormir sonriendo y el camino casi no se veía. Nico se asustó un poco, pero
como era muy decidido pensó un instante y dobló hacia la derecha seguro de
hallar el camino de regreso.
A poco de andar, una de las ruedas del vehículo hizo
crac, crac y allí quedó el intrépido chofer: a oscuras, sin linterna y sin
herramientas para arreglar su medio de transporte. Se sentó en una piedra a
pensar en como salir de la situación, pero
un zumbido y una luz que se acercaba lo hicieron temblar.
-¡Hola!
¿Podemos ayudar?- Preguntó un bichito de luz, prendiendo y apagando su
lamparita dorada. Nico casi se cae de la piedra, de tan asustado que estaba.
Nunca había visto tan cerca una luciérnaga y sus ojos le parecieron faroles
diabólicos que lo encandilaban.
-¿Quién... quién es usted?-Dijo Nico tartamudeando y
deseando no haber salido de su casa.
- Somos los faroles del campo- contestó mientras un
zumbido llenaba la noche.
-
¿Quéee?- Articuló Nico, casi sin respirar.
- Sí, recorremos el campo y los caminos,
brindando luz a nuestros amigos nocturnos.
- ¡Ah!- Dijo incrédulo Nico.
- ¿Qué le ha pasado a tu triciclo?-Interrogó solícito
el bichito.
- Se ha roto una rueda y no sé como arreglarlo- Nico
hacía pucheros y casi, casi lloraba.
- Bien, vamos a llevarlo a nuestro taller, para que el
mecánico lo vea- ofreció uno de los faroles y le tendió un fino hilo de luz.
- Atá la punta al manubrio, que yo lo remolcaré y vos
caminá detrás- ordenó el improvisado auxilio. Y caminaron por el desparejo
camino, el insecto llevando el triciclo y Nico arrastrando su miedo. A poco de andar llegaron a un lugar muy
iluminado y debajo de unos arbustos, el niño pudo ver mucha actividad, con gran
cantidad de bichitos que iban y venían.
- Pasá, pasá... - lo invitó su acompañante.
Nico intentó, pero las ramas no lo dejaban pasar.
- ¡Oh! Claro, vos sos muy grande y nuestras casas son
pequeñísimas, pero si te tirás al suelo, quizá puedas ver. Preocupadas, las
luciérnagas de la comunidad, no se animaban a acercarse al niño.
-¿Quién es ese monstruo de dos patas?- Gritó una anciana asustada y casi sin luz.
- Abuela, es un amigo, un ser humano indefenso y
perdido, que necesita nuestra ayuda.-
¡Cuidado, cuidado, es peligroso!- Vociferaba la
abuela. Nico escuchaba asombrado y temeroso.
-Nonita, no se asuste, a este amigo se le rompió el
triciclo y ya fueron a buscar al mecánico para que lo arregle- aclaró el
generoso anfitrión.
Poco a poco el resto del pueblo se fue acercando a
Nico y revoloteaban a su alrededor iluminando su cara, o su brazo o su pierna.
-¿Por qué están trabajando a esta hora?- preguntó
confundido.
- Porque cuando
sale el sol, tenemos que encerrarnos en nuestras casas, para que el sol no
queme nuestras alas- le contestaron
¡Que lío! Nico no entendía nada. En su casa, su mamá y
su papá se levantaban cuando había sol y él salía para el jardín de infantes y
no se quemaban con la luz. Y pensando en ellos se puso a llorar y sus lágrimas
formaron un arroyito en el pueblo.
-¡Se inunda todo! - Gritó la abuela.
Nico lloraba y además tenía hambre, porque más temprano
se había comido todas las masitas y los chiclets que tenía en el bolsillo.
- Bueno, ¡listo!- Dijo su amigo y viendo el estado del
niño trató de consolarlo.
- ¡Muchachos! Vamos a guiar a Nico hasta su casa- y
muchos, pero muchos insectos, engancharon el triciclo, con el nene montado en
su asientito, con sus pequeños hilos de luz
y emprendieron el camino, que se veía como de día.
Nico, contento, se olvidó del hambre y del miedo y se
reía muy feliz. Y los bichitos de luz se apuraron y el triciclo corría súper
ligero y de pronto el niño vio su casa y gritó:
-¡Qué rápido que llegamos! Ésta es mi casa- exhaustas
y casi agotadas las lucecitas, las luciérnagas saludaron a su amigo.
-¡Adiós! Y ven
a visitarnos al campo- y todas juntas emprendieron vuelo, como un ramillete de
farolitos que se prendían y apagaban.
-¿Nico? Vamos a cenar- lo llamó la voz dulce de su
mamá, abriendo la puerta y tomando al
triciclo con una mano y al niño con la otra.
-¡Hum! Que rico olorcito a milanesa- pensó Nico y sin
que su mamá se diera cuenta, saludó con la mano a sus nuevos amigos de la
noche.
Elisabet E. Duzdevich
Pergamino
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