11/11/15

PREMIO NACIONAL " MARÍA ISABEL PLORUTTI" 2015 CUENTOS Y RELATOS PARA NIÑOS.

UN GRAN SUSTO



Nico le dio cuerda a su viejo triciclo de lata, se puso el casco rojo, se subió ágilmente y muy contento gritó:
-¡Adiós, vamos a pasear un rato!-Y salió acelerando y tocando la desgastada bocina de su triciclo.
Y anduvo y anduvo cantando y saludando a los vecinos, a las flores y a los pájaros que le respondían con mucho afecto. Como su reloj  había detenido su marcha, hacía mucho tiempo, pero él lo llevaba orgulloso en su muñeca, no supo cuánto había andado, pero de pronto las nubes blancas se vistieron de negro y el sol se fue a dormir sonriendo y el camino casi no se veía. Nico se asustó un poco, pero como era muy decidido pensó un instante y dobló hacia la derecha seguro de hallar el camino de regreso.
A poco de andar, una de las ruedas del vehículo hizo crac, crac y allí quedó el intrépido chofer: a oscuras, sin linterna y sin herramientas para arreglar su medio de transporte. Se sentó en una piedra a pensar en como salir de la situación, pero  un zumbido y una luz que se acercaba lo hicieron temblar.                        
    -¡Hola! ¿Podemos ayudar?- Preguntó un bichito de luz, prendiendo y apagando su lamparita dorada. Nico casi se cae de la piedra, de tan asustado que estaba. Nunca había visto tan cerca una luciérnaga y sus ojos le parecieron faroles diabólicos que lo encandilaban.
-¿Quién... quién es usted?-Dijo Nico tartamudeando y deseando no haber salido de su casa.
- Somos los faroles del campo- contestó mientras un zumbido llenaba la noche.
- ¿Quéee?- Articuló Nico, casi sin respirar.
- Sí, recorremos el campo y los caminos, brindando  luz a nuestros amigos  nocturnos.
- ¡Ah!- Dijo incrédulo Nico.
- ¿Qué le ha pasado a tu triciclo?-Interrogó solícito el bichito.
- Se ha roto una rueda y no sé como arreglarlo- Nico hacía pucheros y casi, casi lloraba.
- Bien, vamos a llevarlo a nuestro taller, para que el mecánico lo vea- ofreció uno de los faroles y le tendió un fino hilo de luz.
- Atá la punta al manubrio, que yo lo remolcaré y vos caminá detrás- ordenó el improvisado auxilio. Y caminaron por el desparejo camino, el insecto llevando el triciclo y Nico arrastrando su miedo.  A poco de andar llegaron a un lugar muy iluminado y debajo de unos arbustos, el niño pudo ver mucha actividad, con gran cantidad de bichitos que iban y venían.
- Pasá, pasá... - lo invitó su acompañante.
Nico intentó, pero las ramas no lo dejaban pasar.
- ¡Oh! Claro, vos sos muy grande y nuestras casas son pequeñísimas, pero si te tirás al suelo, quizá puedas ver. Preocupadas, las luciérnagas de la comunidad, no se animaban a acercarse al niño.
-¿Quién es ese monstruo de dos patas?-  Gritó una anciana asustada y casi sin luz.
- Abuela, es un amigo, un ser humano indefenso y perdido, que necesita nuestra ayuda.-
¡Cuidado, cuidado, es peligroso!- Vociferaba la abuela. Nico escuchaba asombrado y temeroso.
-Nonita, no se asuste, a este amigo se le rompió el triciclo y ya fueron a buscar al mecánico para que lo arregle- aclaró el generoso anfitrión.
Poco a poco el resto del pueblo se fue acercando a Nico y revoloteaban a su alrededor iluminando su cara, o su brazo o su pierna.
-¿Por qué están trabajando a esta hora?- preguntó confundido.
- Porque  cuando sale el sol, tenemos que encerrarnos en nuestras casas, para que el sol no queme nuestras alas- le contestaron
¡Que lío! Nico no entendía nada. En su casa, su mamá y su papá se levantaban cuando había sol y él salía para el jardín de infantes y no se quemaban con la luz. Y pensando en ellos se puso a llorar y sus lágrimas formaron un arroyito en el pueblo.
-¡Se inunda todo! - Gritó la abuela.
Nico lloraba y además tenía hambre, porque más temprano se había comido todas las masitas y los chiclets que tenía en el bolsillo.
- Bueno, ¡listo!- Dijo su amigo y viendo el estado del niño trató de consolarlo.
- ¡Muchachos! Vamos a guiar a Nico hasta su casa- y muchos, pero muchos insectos, engancharon el triciclo, con el nene montado en su asientito, con sus pequeños hilos de luz  y emprendieron el camino, que se veía como de día.
Nico, contento, se olvidó del hambre y del miedo y se reía muy feliz. Y los bichitos de luz se apuraron y el triciclo corría súper ligero y de pronto el niño vio su casa y gritó:
-¡Qué rápido que llegamos! Ésta es mi casa- exhaustas y casi agotadas las lucecitas, las luciérnagas saludaron a su amigo.
-¡Adiós! Y  ven a visitarnos al campo- y todas juntas emprendieron vuelo, como un ramillete de farolitos que se prendían y apagaban.
-¿Nico? Vamos a cenar- lo llamó la voz dulce de su mamá, abriendo la puerta  y tomando al triciclo con una mano y al niño con la otra.
-¡Hum! Que rico olorcito a milanesa- pensó Nico y sin que su mamá se diera cuenta, saludó con la mano a sus nuevos amigos de la noche.

 Elisabet  E. Duzdevich
Pergamino


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