EL PAJARITO SIN NIDO
Bajo el enorme pino del jardín, Martina y Andrés
juegan a las escondidas, como todas las tardes.
De repente, escuchan unos ruditos
extraños, entre las hojas secas. Martina
se acerca y ahí nomás encuentra la carita asustada de un gorrioncito, a punto
de llorar:
_ ¡Pío, pío! ¡Píiiiiiio!
-¿Qué pasa, bebé?_ dice
Martina, con toda la ternura de su corazón. _
_ Se ha caído del nido _ explica Andrés.
_ Y tiene mucho miedo: extraña a su mamá
_ Y a sus hermanitos… ¿Qué
podemos hacer?
_
Pío, pío, pío _ sigue gritando
desesperado el gorrioncito.
_ Tiene mucho frío, pobrecito.
_ ¡Pipippiiiipi! _ llama otra voz, con
mucha insistencia.
Martina y Andrés levantan la vista al
mismo tiempo y allá, en medio del follaje divisan a la mamá, piando y llorando,
también.
_ ¡Pobrecita!_dice Andrés _,
debe tener miedo de nosotros y quiere estar cerca de su hijito!
Martina y Andrés se alejan y ven que, de a
poquito, la mamá llega para darle algo de comida.
Pone su pico en el del
pichoncito y revolotea un rato alrededor.
Después, arrima su cabecita a la de su hijo y los dos se quedan
quietecitos, dándose mucho amor.
_ Te quiero mucho, bebé. Te quiero mucho… Pero te apuraste mucho para
volar…
_ ¿Qué podemos hacer, mamá? _ consultan con
mucha ansiedad los dos hermanos.
_ Lo mejor es dejarlo tranquilo y un poquito
solo para que la mamá pueda acercarse. Lo llevaremos con mucho cuidado al
balcón de la planta alta así estarán más
cerca uno del otro.
_ Voy a buscarle miguitas de pan_ dijo
Martina, y salió corriendo.
_ ¡Y yo voy por agua y semillitas de alpiste!_ completó Martín.
Todos los días, con muchísimo cariño,
Martina y Andrés cuidan de Pío-pío.
_ Ustedes son mis amigos y
los quiero mucho_ decía Pío-pío mientras
crecía fuerte y probaba sus alitas en pequeños vuelos por el balcón.
Por eso, la mañana de sol en que Pío-pío
ya se mostraba cada vez más seguro,
Martina y Andrés se pusieron contentos
porque lo veían feliz pero también sintieron en el pecho como una mano que les apretaba el
corazón.
A Martina
se le pusieron los ojos muy brillantes y Andrés quiso hablar pero tenía
como un nudo en la garganta: sabían los dos que su amigo estaba por partir...
Entonces, Martina lo tomó con sus manitas,
sintió cómo le latía muy fuerte el corazón y dejándole un besito en la cabecita
tierna le dijo:
_ Que seas muy feliz,
gorrioncito amigo.
Andrés también le dio un beso y juntos lo
dejaron sobre la balaustrada...
Pío-pío dio
unos pasitos, luego tomó carrera y abrió sus alitas diciendo :
_ Adiós, mis amigos, ¡nunca los voy a olvidar!
Y así se fue por el cielo, volando, feliz.
Llevaba en su corazón,
atesorado, el amor de Martina y Andrés,
que lo habían cuidado y querido cuando él tanto lo necesitaba!
Cecilia María Labanca
Martín Coronado
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